Gays, mujeres y una tercera revolución moral
29 JUNIO 2015
Que te toquen tiempos interesantes. Eric Hobsbawm En menos de una década nos ha tocado vivir y ser parte de la culminación de dos grandes revo-luciones morales: el reconocimiento creciente de los derechos de las mujeres, hasta culminar con la adopción de la paridad electoral entre hombres y mujeres en la Constitución de nuestro país y las sentencias por parte de la Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN) en México y de la Corte Suprema en Estados Unidos de la validez del matrimonio entre personas del mismo sexo, acordadas el 12 y 26 de junio, respectivamente.
29 JUNIO 2015
Que te toquen tiempos interesantes. Eric Hobsbawm En menos de una década nos ha tocado vivir y ser parte de la culminación de dos grandes revo-luciones morales: el reconocimiento creciente de los derechos de las mujeres, hasta culminar con la adopción de la paridad electoral entre hombres y mujeres en la Constitución de nuestro país y las sentencias por parte de la Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN) en México y de la Corte Suprema en Estados Unidos de la validez del matrimonio entre personas del mismo sexo, acordadas el 12 y 26 de junio, respectivamente.
Son revoluciones morales porque su derrame al resto de la población en un lapso relativamente corto, implica un cambio profundo en la ética y los valores de una sociedad: mujeres y homosexuales dejan de tener menos valor que el grupo al que pertenece determinada persona y pasan a disfrutar y merecer el reconocimiento de sus derechos y ejercerlos crecientemente. Pero no sólo son cambios de carácter moral: cambian profundamente la cultura, las formas de relacionarse entre los integrantes de la sociedad y cambia también el ejercicio de la política.
Como en Mexico necesitamos una tercera revolución moral, una que haga inaceptable el robo al otro, especialmente cuando el otro es la encarnación difusa de todos, es decir, el gobierno en sus diferentes niveles, y también rechace el amplio abanico de astucias y trampas para enriquecerse indebidamente a costa del dinero de todos, debemos entender cómo fue que se desarrollaron las revoluciones mencionadas para tratar de replicar su éxito.
Aunque los cambios hacia las mujeres y hacia las minorías, en especial los homosexuales, son de naturaleza más profunda y verdaderamente revolucionaria, la adopción de una ética que rechace la corrupción y transforme a vastos grupos sociales en vigilantes del buen uso de lo que es intrínsecamente suyo, representa también un salto en el empoderamiento y participación en la sociedad.
A diferencia de las transformaciones en la percepción de las mujeres y de los homosexuales, cuya transformación requirió un siglo y medio siglo, respectivamente, la adopción de una nueva ética o de una nueva conducta puede ser mucho más rápida. Hago la distinción porque, en muchos casos, basta que funcione el ejercicio de la ley y que se perciba un castigo efectivo para que cambie la conducta del individuo, aunque sus valores sigan siendo laxos respecto a infringir la ley y aprobar o tolerar conductas corruptas en quienes pueden ejercerlas sin castigo. Ya se ha mencionado en muchas ocasiones la transformación práctica del ciudadano mexicano, el mismo que en todas las encuestas de valores levantadas desde hace 20 años justifica la violación a la ley cuando cruza la frontera norte. No importa cuáles sean sus valores éticos, en la práctica obedece la ley porque ha tenido o teme la experiencia del castigo.
En el caso de las revoluciones respecto a los derechos de las mujeres y el respeto y reconocimiento a las comunidades gay, todo empieza con una etapa de larga movilización de los directamente afectados, mirados como marcianos por el resto de la sociedad. Los movimientos en pro del voto femenino iniciados desde finales del siglo XIX y las movilizaciones de las comunidades gay a partir de la década de los años 60, intensificadas y galvanizadas por la epidemia del sida desde finales de los 80, son claros ejemplos.
En ambos casos, lo lento del efecto de estas movilizaciones en el resto de la sociedad permitió cambios generacionales en los que se intersectaron experiencias transformadoras como la Segunda Guerra Mundial y, con ésta, el ingreso masivo de las mujeres al trabajo o la ya mencionada epidemia del sida y la investigación científica que se generó no sólo sobre el virus sino también sobre su transmisión y que permitió la organización extraordinaria, especialmente en países como Estados Unidos y Brasil, de las comunidades homosexuales.
¿Pero cuándo dejan de ser movimientos marginales y pasan a ser protagonistas principales del cambio? A nivel micro cuando el otro, el diferente, resulta cercano. Es el hermano, la madre, la hija, el mejor amigo, la profesora admirada. Y en la medida en que la movilización se extienda, esa posibilidad de la cercanía se multiplica. Tal como lo escribió el presidente Obama en su Twitter en ocasión de la histórica sentencia del 26 de junio, el amor vence al prejuicio. A nivel macro y eso resulta muy claro en Estados Unidos, las industrias creativas fueron literalmente tomadas por individuos o que pertenecían a las comunidades discriminadas o que tenían grandes seguidores entre estas comunidades. Series de televisión, películas, obras de teatro, llevan el mensaje de la necesidad de cambiar.
Debemos llegar a esta etapa: ganar a quienes se ganan la atención y admiración de la sociedad para acelerar esa tercera revolución moral. Y nos encontramos en Twitter: @ceciliasotog
VIA : http://www.excelsior.com.mx/opinion/cecilia-soto/2015/06/29/1031882
.jpg)
